Nadie en Sierra Leona sabe de dónde sale su nombre, kush, pero pocos ignoran que su bajo precio, y el enorme e inmediato efecto hacen de esa recién llegada al firmamento de las drogas una amenaza inminente.
Reportes de los servicios médicos del Estado admiten que sus posibilidades de proporcionar atención especializada a los adictos del kush son mínimas dada la limitación de los recursos a su alcance, mientras zonas de Freetown, la capital del país, empiezan a convertirse en el último refugio de los “enganchados”, en particular el distrito metropolitano de Bombay.
El paisaje en esa zona, al igual que otros callejones capitalinos, está plagado de desechos sólidos y sembrados de preadolescentes y jóvenes sumergidos en la adicción del kush para los cuales no hay más perspectiva que descender ese viaje al infierno que es deslizarse por la pendiente de la adicción y terminar como renegados en una sociedad que los desprecia.
Sin embargo, en ese paisaje tenebroso surgió la última esperanza de redención en la forma de un centro de tratamiento operado por voluntarios y establecido en una comunidad frustrada por la expansión del consumo del mencionado narcótico.
CURA FORZADA
El consultorio fue establecido el año pasado por un grupo de personas que trataron de ayudar al hermano menor de uno de sus amigos, primero con conversaciones, razonamientos persuasivos e incluso amenazas, pero cuando todo se diluyó acudieron a lo que llaman “amor duro” lo encerraron dos meses en su habitación sin más compañía que su cama.
Fue doloroso, pero efectivo: al cabo de ese tiempo el paciente, llamado Christian Johnson, de 21 años de edad, emergió de las tinieblas divorciado del kush, reintegrado a sus estudios universitarios y con suficiente gratitud como para confiar su ordalía en una rueda de prensa con los medios informativos capitalinos.
El único momento en que abandonaba la habitación y eso bajo custodia, era cuando iba a utilizar el servicio sanitario; para sanar acudí a los recuerdos de mi familia, el temor a convertirme en un paria y el repudio de mis amigos de toda la vida, confiesa con una mezcla de amargura y satisfacción.
Los resultados en el caso de Johnson impelieron a los voluntarios a ampliar sus guerra particular contra el devastador alucinógeno para lo cual se instalaron en un edificio abandonado y semiderruido en una zona apartada de la capital sierraleonesa.
El método para ingresar es poco ortodoxo: los adictos son internados a petición de sus familiares más próximos y los voluntarios participantes en el programa confiesan que, en ocasiones, se han visto obligados a encadenar a algunos de sus pacientes para evitar que escapen del confinamiento al que saben que serán sometidos.
El tratamiento sigue el mismo camino; las celdas de confinamiento son poco acolchonadas y a los sometidos a tratamiento solo les queda enfrentarse con su angustia por consumir y no tener cómo lograrlo.
Aunque el método de curación tiene poco respaldo médico por su dureza, se ha probado efectivo en unos 80 pacientes, entre ellos un caso extremo, el más joven de los aceptados en el programa, un adolescente de 13 años ingresado a petición de su progenitor desesperado por ver como su hijo descendía sin remedio a la aniquilación.
Tras el alta de su hijo, el padre, nombrado Gibrilla Bangura, profesor universitario, declaró a los responsables del plan Bombay “estaba muy angustiado; llegué al punto de no querer ninguna relación con él. Estoy muy agradecido a estos hombres y mujeres por su papel en la curación de mi hijo”.
El esfuerzo de los cruzados impactó en los más altos niveles del gobierno, en particular, en el presidente Juluis Maada Bio, quien dio el primer paso al proclamar el consumo del kush una amenaza nacional y acto seguido declaró la guerra al alucinógeno sintético.
Para sustanciar sus formulaciones, el mandatario ordenó integrar una fuerza de tarea para enfrentar el abuso del consumo de narcóticos y prometió liderar una aproximación gubernamental centrada en la prevención y tratamiento con participaciòn mancomunada de la ley y el compromiso comunitario.