Con la muerte del Papa, se pone en marcha uno de los rituales más solemnes y meticulosamente coreografiados de la Iglesia Católica.
El primero en ser informado es el Camarlengo, el cardenal que funge como administrador interino del Vaticano durante el interregno. Es su deber verificar oficialmente la muerte del Papa.
Siguiendo la tradición, el Camarlengo se acerca al cuerpo del Papa y pronuncia su nombre de pila tres veces. Si no hay respuesta, se declara oficialmente muerto al Papa.
Se expide un certificado de defunción y se sellan los Apartamentos Papales.
Históricamente, este ritual se diseñó para evitar el robo por parte de cardenales oportunistas. Hoy en día, sirve como salvaguarda de la autenticidad del testamento y las instrucciones finales del Papa.
El siguiente acto simbólico es la destrucción del Anillo del Pescador, un anillo de oro que porta el Papa y besan los católicos en señal de reverencia. El Camarlengo lo retira y lo parte en dos ante los cardenales reunidos. Esto no solo previene posibles falsificaciones de documentos, sino que también marca el fin del reinado del Papa.
La noticia del fallecimiento se comunica luego a través de los canales oficiales.
Primero se informa al Vicario General de Roma, seguido del Decano del Colegio Cardenalicio, quien notifica a los demás cardenales. Después, los diplomáticos del Vaticano, nuncios apostólicos, se encargan de informar a las embajadas y misiones extranjeras en todo el mundo.
El Papa debe ser enterrado entre el cuarto y el sexto día después de su muerte. A continuación, se guarda un período de luto de nueve días, conocido como novemdiales. Gran parte de los procedimientos funerarios y de duelo suelen ser planificados por el propio Papa, con instrucciones detalladas para que las ejecute el Camarlengo.
Quince días después del fallecimiento del Papa, comienza el cónclave papal.
Esta es la asamblea a puerta cerrada donde el Colegio Cardenalicio elige al próximo líder de la Iglesia Católica. La palabra cónclave, del latín cum clave (con llave), se refiere al secretismo y aislamiento impuesto a los participantes.
Para evitar interferencias externas, todos los cardenales elegibles, menores de 80 años y no excomulgados, permanecen encerrados en la Capilla Sixtina. El primer día celebran una misa y luego se dirigen a la capilla, donde prestan juramento de seguir las estrictas normas que rigen la elección.
La votación continúa diariamente hasta que un candidato obtiene una mayoría de dos tercios.
Tras cada ronda, se queman las papeletas. El humo negro indica una votación inconclusa; el humo blanco anuncia al mundo que se ha elegido un nuevo Papa.