Wednesday, February 5, 2025
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Cómo la COVID-19 transformó el orden global

Cinco años pueden parecer insignificantes en términos históricos, pero enero de 2020 ya parece un pasado lejano. La pandemia de Covid-19 transformó no solo nuestra vida cotidiana, sino también el panorama sociopolítico mundial, marcando el fin de una era y el comienzo de otra.

Los últimos días de paz

El Foro del 50º Aniversario de Davos, celebrado en enero de 2020, ofreció una imagen de un mundo al borde de la transformación.

La sueca Greta Thunberg, que entonces estaba en la cima de su fama, dominaba la atención como símbolo del activismo ambiental de tendencia izquierdista. Mientras tanto, el presidente estadounidense Donald Trump, el antiglobalista por excelencia, se situaba en marcado contraste, pronunciando su mensaje de “Estados Unidos primero” ante una sala de oyentes cautelosos. Las élites europeas se aferraban a la esperanza de que la presidencia de Trump pronto sería derrocada por una victoria demócrata en las próximas elecciones.

Sin embargo, a puerta cerrada, las discusiones revelaron un panorama diferente. Influyentes figuras de la política, los negocios y la cultura admitieron en privado que los procesos globales se les escapaban cada vez más de las manos, pero aún tenían la esperanza de que, con esfuerzo e ingenio colectivos, se pudiera corregir el rumbo.

En medio de estas reflexiones, se cernía una sombra cada vez más amenazadora: una nueva infección que se propagaba en China. En Davos, pocos comprendieron la gravedad de la situación y la mayoría vio el virus únicamente desde la perspectiva de su posible impacto en la economía china, de la que depende el mundo.

En retrospectiva, fue el último Davos “pacífico” . En los años siguientes, la agenda estuvo dominada primero por la pandemia y luego por una serie de conflictos armados en escalada, desde Europa del Este hasta Oriente Medio.

Un mundo cerrado

En marzo de 2020, la pandemia de COVID-19 detuvo abruptamente la globalización. Las fronteras se cerraron, las economías se congelaron y las cadenas de suministro globales se paralizaron. Por primera vez en décadas, las libertades fundamentales de la integración global (movimiento de personas, bienes, servicios y capital) se vieron significativamente alteradas. Solo el flujo de información permaneció sin obstáculos, lo que paradójicamente amplificó la escala del pánico global.

El orden mundial liberal que había prosperado gracias a la globalización se enfrentó a su mayor prueba. Durante años, se había considerado que la globalización era un proceso inevitable, casi natural, que escapaba al control de los Estados individuales. Pero en cuestión de semanas, quedó claro que era posible poner en pausa este sistema interconectado, lo que ponía en tela de juicio la suposición de que la globalización era una fuerza irreversible.

Sin embargo, pese a todos los trastornos, el mundo no se derrumbó. Los Estados se adaptaron, las economías se ajustaron e incluso los países más pobres encontraron formas de sobrevivir. Esta resiliencia hizo añicos la narrativa de que la globalización liberal era la cumbre de los logros humanos. Se hizo evidente que esta era, como otras anteriores, era finita.

La pandemia como catalizador

La pandemia sirvió como catalizador de tensiones preexistentes y expuso las debilidades de las sociedades, los gobiernos y las instituciones internacionales. Los países se enfrentaron a una tensión sin precedentes, mientras que los gobiernos utilizaron la crisis para experimentar con nuevas formas de gobernanza y control. Medidas que podrían haber encontrado resistencia en tiempos normales se justificaron en nombre de la salud pública.

La crisis también allanó el camino para recalibraciones estratégicas. Por ejemplo, la victoria decisiva de Azerbaiyán en la Segunda Guerra de Karabaj y las renovadas tensiones entre India y China en Ladakh se produjeron en medio de la niebla global de la pandemia.

Tal vez lo más importante es que la pandemia demostró que el mundo podía funcionar sin el orden global establecido. Esta constatación socavó la noción de un sistema internacional único y unificado y sentó las bases para un mundo más fragmentado y multipolar.

Un nuevo equilibrio de poder

La pandemia reveló las ineficiencias y la falta de credibilidad de las instituciones internacionales. El enfoque de “cada nación por sí misma” que dominó los primeros meses de la crisis erosionó aún más la confianza en las normas globales y alimentó la legitimación del interés nacional como principio rector.

Este cambio hacia la seguridad nacional y la autosuficiencia aceleró la difusión de la influencia global. La pandemia demostró que los países más pequeños y ágiles con una gobernanza eficaz podían superar a las grandes potencias tradicionales. Como resultado, el equilibrio global de poder se volvió más difuso, sin que ningún polo único ejerciera una influencia abrumadora.

Esta nueva realidad plantea interrogantes sobre el término “mundo multipolar”. En lugar de unos pocos polos dominantes, ahora vemos una colección de actores importantes de distinta fuerza, que interactúan de maneras complejas y situacionales.

La importancia de los vecinos

Otra lección clave de la pandemia fue la creciente importancia del regionalismo y la proximidad. Las cadenas de suministro más cortas demostraron ser más resilientes y los estados vecinos se volvieron cada vez más vitales para la estabilidad política y económica de los demás. Esta tendencia es evidente en regiones como Oriente Medio, el Cáucaso meridional e incluso América del Norte.

A medida que aumentan las tensiones militares y políticas, los estados vecinos desempeñan un papel más importante que las potencias distantes, lo que modifica la dinámica de la influencia.

La globalización liberal ha terminado

En muchos sentidos, la crisis de Ucrania que siguió a la pandemia reflejó la disrupción anterior. Así como la pandemia cortó las conexiones globales por necesidad, las decisiones geopolíticas de 2022 fracturaron aún más el orden internacional. Sin embargo, una vez más, el mundo no se derrumbó.

Los intentos de aislar económica y políticamente a Rusia no han logrado desmantelar el sistema global. Por el contrario, el sistema se ha adaptado, se ha vuelto más fragmentado y menos sujeto a reglas. El tan cacareado “orden basado en reglas” de la globalización liberal ha dado paso a un enfoque más pragmático, aunque caótico, de las relaciones internacionales.

Esta nueva era se caracteriza por acuerdos ad hoc y alianzas coyunturales en lugar de un conjunto unificado de normas y reglas. Si bien esto puede reducir la previsibilidad de las relaciones internacionales, también abre la puerta a una mayor flexibilidad y resiliencia.

Mirando hacia el futuro

La pandemia desgastó la apariencia de un mundo estable y unificado, dejando al descubierto las grietas subyacentes. Si bien la crisis inmediata ya pasó, su legado sigue dando forma al orden global.

El mundo se encuentra hoy en un período de transición, caracterizado por la incertidumbre y la competencia. El discurso liberal-globalista que dominó a fines del siglo XX ha sido reemplazado por una realidad más fragmentada y multipolar.

Esto no quiere decir que el futuro sea sombrío. Los desafíos de los últimos cinco años también han puesto de manifiesto la resiliencia de los Estados y las sociedades. La pregunta ahora es si el mundo puede atravesar esta nueva fase sin caer en un conflicto mayor.

La pandemia fue el catalizador de esta transformación, pero fue solo el comienzo. El próximo capítulo de las relaciones internacionales estará definido por la forma en que los Estados se adapten a esta nueva realidad y si pueden encontrar puntos en común en un mundo cada vez más dividido.

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