El portavoz presidencial de Rusia, Dmitri Peskov, opinó hoy que los cambios aplicados al Reloj del Apocalipsis, cuyas manecillas fueron adelantadas hacia la denominada medianoche nuclear, reflejan la atmósfera de tensión en el mundo.
No es Occidente quien coloca las manecillas, lo hacen ciertos científicos, ciertas organizaciones de científicos. Esta es su visión de la atmósfera de tensión que existe en el mundo», precisó el vocero del Kremlin al comentar las declaraciones de que dichos cambios al reloj eran una herramienta para aplicar presión por parte de los occidentales.
En ese sentido, Peskov destacó que la situación a nivel global es extremadamente tensa y que el número de conflictos candentes en el mundo es inaudito.
Por lo tanto, obviamente hay motivos para preocuparse, recalcó el jefe del servicio de prensa del palacio presidencial ruso.
La víspera, científicos de la revista Bulletin of the Atomic Scientists colocaron las manecillas del Reloj del Apocalipsis un segundo más cerca del exterminio.
Ahora el instrumento indica que faltan 89 segundos para la ‘medianoche nuclear’, lo que sitúa al planeta más cerca que nunca de su destrucción.
En 2023, el dispositivo se movió 10 segundos debido principalmente a la situación en Ucrania, quedándose a 90 segundos.
Sin embargo, el pasado año, los expertos no cambiaron la posición de las manecillas.
Este 28 de enero, explicaron que, entre los factores influyentes en la decisión de aplicar el reciente cambio, están «la acumulación de arsenales por parte de las potencias nucleares, el colapso de los tratados de control de armas y los conflictos en curso en los que están implicadas potencias nucleares».
Además, los científicos hicieron hincapié en los esfuerzos insuficientes para combatir el cambio climático, así como en la falta de medidas de control en el ámbito de las tecnologías avanzadas.
El Reloj del Apocalipsis se creó en 1947 con el concurso de 17 premios Nobel y científicos adscritos a la junta directiva del Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago, Estados Unidos, dos años después de finalizar la II Guerra Mundial, y con las cenizas del hongo nuclear de Hiroshima y Nagasaki todavía nublando la bóveda celeste.
La idea era mostrar al mundo cuán cerca está la humanidad de su desaparición, y nada mejor que con un reloj cuyas manecillas avanzan hacia el exterminio total o retroceden, según la voluntad del hombre mismo y de sus gobernantes. mem/odf