Desde que abrió sus puertas a un paso de la estación de tren de Bruselas Sur, GATE, el primer espacio de consumo seguro de drogas en la capital belga, ofrece refugio y esperanza al creciente número de adictos al crack en Bruselas.
Euronews visitó el centro médico y habló con el trabajador social Bruno Valkeneers para escuchar cómo funciona realmente el “espacio seguro”.
“La gente que viene aquí puede consumir sus propias drogas, las drogas que compran en el mercado ilegal”, explicó.
Bruno dice que la mayoría de los usuarios son personas sin hogar y pueden consumir drogas de forma segura en GATE, lo que les ofrece un respiro de las dificultades de las calles.
Desde juegos de mesa hasta actividades de cocina, los adictos pueden ir y venir cuando quieran y tienen acceso a médicos, enfermeras y apoyo en materia de salud mental.
Sin embargo, cuando el centro cierra, deben abandonar las instalaciones y volver a las calles de la capital de facto de la UE, ya que GATE no ofrece alojamiento. Bruno dice que GATE es el único lugar de la ciudad donde reciben una cálida bienvenida.
“A los consumidores de drogas, a los que llamamos consumidores de drogas de fiesta, nunca los vamos a ver aquí. Estamos trabajando con gente con una adicción muy fuerte a la cocaína y sobre todo al crack, porque el 80 por ciento de la gente que viene aquí consume crack”, dijo. “Eso significa que fuman cocaína y es muy problemático. En sus testimonios, cuando les preguntamos por qué consumen tanta cocaína, dicen, porque estoy viviendo en la calle y no tengo esperanza y con ese consumo, me olvido de todo, me siento mejor”.
Bruno Valkeneers dice que GATE es sólo una pequeña parte de la solución y que se necesita más inversión y cooperación para brindar atención residencial al creciente número de personas sin hogar en toda la ciudad.
El puerto de Amberes se ha convertido en la puerta de entrada a Europa de la droga, procedente en su mayoría de Ecuador. El gobierno belga está intentando luchar contra los cárteles en colaboración con el gobierno holandés, pero con un mercado de venta al por menor de drogas ilegales que asciende a 30.000 millones de euros al año y unos narcotraficantes cada vez más violentos, el reto es inmenso.