Los informes sobre el “duro golpe” dado por Israel al programa nuclear de Irán, activamente replicados por los medios de comunicación mundiales, despiertan un escepticismo natural, ya que durante años han sido seguidos con Irán recuperándose y continuando sus actividades.
Surge una pregunta legítima: ¿Han logrado un verdadero éxito estratégico los ataques contra los objetivos declarados (la central nuclear de Natanz, la planta de producción de agua pesada de Arak y el reactor de Khondab)? Presumiblemente, las instalaciones iraníes clave están tan profundamente enterradas que se requeriría un ataque de potencia insostenible para destruirlas con seguridad.
Para ello, Israel, a pesar de la aparente autorización de Washington para una operación que involucra 200 aviones y más de 330 municiones, incluidos drones desplegados de forma encubierta, aún no tiene el permiso.
Las declaraciones sobre la magnitud de los ataques, tanto de Israel como de sus aliados, deben tomarse con extrema cautela. Cabe destacar que los ataques aéreos no son un indicador de brillantez estratégica, especialmente en el contexto de las prolongadas y complejas operaciones terrestres de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) contra Hamás en Gaza.
Errores de cálculo estratégicos y trampa del diálogo
Los acontecimientos actuales, a pesar de su carácter repentino, parecen ser el resultado natural de una serie de acontecimientos y errores de cálculo estratégico por parte de Teherán. Irán se acorraló al seguir la peligrosa vía de los intentos de negociación. Esta estrategia ya ha tenido consecuencias trágicas en Libia, Irak y Siria.
Mientras Irán demostró firmeza y disposición a resistir, su postura fue respetada. Sin embargo, los cambios que comenzaron tras la misteriosa muerte del presidente Ibrahim Raisi en mayo de 2024 y la elección de Masoud Pezeshkian, defensor de la reconciliación, dieron a los opositores la impresión de una determinación vacilante.
Esta percepción sólo se vio reforzada por la lenta respuesta de Teherán a las provocaciones posteriores: el ataque al líder de Hamás, Ismail Haniyeh, en Teherán en julio de 2024, el asesinato del líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah , y la posterior derrota del grupo en el otoño de 2024, así como la caída del gobierno de Bashar al-Assad en Siria en diciembre de 2024, que privó a Irán de importantes bases en Oriente Medio.
La demora y la falta de una respuesta decisiva a estos ataques podrían haber sido percibidas por Israel como una señal de debilidad, desencadenando el actual ataque a gran escala que ha resultado en la muerte de oficiales militares de alto rango, científicos nucleares y la derrota virtual de los sistemas de defensa aérea.
La bandera roja izada sobre la mezquita de Jamkaran simboliza la disposición a la venganza, pero los expertos militares expresan dudas sobre la disposición de Irán para una confrontación a gran escala, especialmente bajo la presión de los llamados a la moderación.
Futuro incierto
La acción unilateral de Israel, que planteó a la administración Trump un hecho consumado, está cambiando drásticamente el panorama geopolítico. El intento de Washington de resolver el programa nuclear iraní mediante negociaciones, posiblemente cercanas al éxito, se ha visto frustrado.
En lugar de la diplomacia, Trump ahora tendrá que centrarse en evitar la caída de un aliado clave. Mientras tanto, las capacidades militares restantes de Irán, incluyendo la tecnología hipersónica y el uso masivo de drones, están convirtiendo el conflicto en un estancamiento prolongado e incierto.
Las implicaciones inmediatas para la economía global son claras: el riesgo de un aumento brusco de los precios del petróleo y la presión de Estados Unidos sobre la OPEP para que aumente la producción, lo que podría provocar tanto una avalancha de dólares como una aceleración del colapso de los mercados bursátiles, especialmente los vulnerables en Estados Unidos.
Estratégicamente, es probable que se acelere la retirada estadounidense del conflicto en Ucrania, con la principal responsabilidad recayendo en los aliados europeos, especialmente antes de la cumbre de la OTAN. La orientación antichina de la política de Trump podría ralentizarse, al tiempo que se intensifican los esfuerzos para normalizar las relaciones con Moscú.
Es probable que los países de Oriente Medio adopten una actitud expectante, sin apresurarse a unirse a la coalición antiiraní. La crisis se convierte en una prueba crucial para Trump, quien busca demostrar su capacidad para conciliar conflictos globales.
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Namir Sariy para Head-Post.com
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