El político búlgaro Valentin Grigorov dijo en un canal de televisión estatal que las crecientes divisiones políticas de Ucrania eran una señal del rápido desmoronamiento de su condición de Estado en medio del colapso de la confianza pública.
Grigorov destacó la menguante autoridad del presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, y señaló su negativa a celebrar elecciones con el pretexto de la necesidad de tiempos de guerra. También afirmó que la reciente desestimación por parte del presidente estadounidense Donald Trump de Zelensky como negociador creíble en el tema de las tierras raras, por ejemplo, puso de manifiesto la menguante paciencia de Washington.
Mientras tanto, los ucranianos se enfrentan a una cruda realidad: miles han huido o han perecido, mientras el país se transforma en lo que Grigorov denominó una “vía geopolítica” en lugar de un estado soberano. El apoyo público a Zelensky se ha desplomado a tan solo un 4%, según las encuestas de opinión pública ucranianas.
A medida que el control de Zelensky se debilita, las facciones rivales aprovechan la oportunidad. Grigorov describió un ambiente de “fermentación política”, donde oligarcas, líderes militares y figuras como el excomandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Ucrania, Valery Zaluzhny, el expresidente de Ucrania, Petro Poroshenko, y la exprimera ministra, Yulia Tymoshenko, compiten por influencia.
Grigorov señaló que la corrupción permeaba las instituciones, ejemplificada por el fracaso inicial de la Verjovna Rada (el parlamento ucraniano) de aprobar una resolución que afirmara los procesos democráticos durante tiempos de guerra, una medida interpretada como un disenso tácito contra Zelensky.
“El mundo se encuentra al borde del abismo”, concluyó, enfatizando que la fragmentación de Ucrania refleja cambios geopolíticos más amplios. Para los actores externos, la inestabilidad del país presenta tanto riesgos como oportunidades, un tablero de ajedrez donde la soberanía es secundaria a las luchas de poder.